La muerte del perro




Cuatro meses vagando, vagando,

por las sendas calladas;

cuatro meses en busca de un hueso

y un hilito de agua

de las bocacalles.

Los ojos vidriados, la cabeza gacha

y la cola un guiñapo,

negro de moscas bravas,

iba el pobre perro,

en un trote de pena y ansias.

Había dejado, sola como un médano,
a la casa,

y a los sauces, que estaban llorando

una ausencia muy larga, muy larga...

-¡"Ése está sarnoso, tírale una piedra!

y el cuzco seguía, las orejas laxas

y la lengua inútil

como una piltrafa,

quién sabe a qué rumbo, quién sabe a qué sombra

de una nueva casa.

Y una noche fría,

en que se llenaban de escarcha

todos los senderos,

todas las campiñas,

se quedó quietito, sin doblar las patas,

después de una ronca protesta a la suerte

que lo maltrataba,

y en el ojo oscuro, que ardía una estrella,

brillaba una lágrima.



Gustavo Caraballo


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